domingo, 10 de abril de 2011

ORACION A MI PADRE

ORACION A MI PADRE

Por:  LUCY CAMPOS
Caracas,  Febrero 1998
  
Creada, surgida, nacida de lo más profundo de mi ser, en la desesperación y el dolor; en medio de la angustia y la incertidumbre que me invadía en los días aciagos y sobre todo en las noches de desvelos, soledades y oscuros pensamientos durante mi estancia en la sala de cuidados intensivos en la Clínica Atías, con motivo de la mielitis aguda que posterior a un dengue, ocasionó la paraplejia que invadió callada y violentamente, de abajo hacia arriba, las tres cuartas partes de mi cuerpo el 30 de noviembre de 1997.

La opinión del médico tratante y – de paso – quien me salvó la vida, era que según el diagnóstico, yo tenía un 95% de posibilidades de quedar paralítica; información que con toda responsabilidad transmitió a mi hermano mayor, Isbernel Villaparedes cuando éste le inquirió sobre mi verdadero estado de salud y las posibilidades reales de recuperación.

La afirmación del Dr. Jaime Rodríguez fue contundente y así se lo hizo sentir a Nel, con la recomendación expresa de que eso no debía decirlo a ninguno de mis hijos y por supuesto, menos a mi.

La blancura de la sala, el silencio, la soledad y la parálisis ascendente, iba llenando mi espíritu de una terrible inquietud. No recibía mayor información y no hacía falta, solo me hacían preguntas y evaluaciones que confirmaban mi grave estado y las posibilidades de empeorar.

La  familia y los amigos, comenzaban a desesperar ante lo extraño e inesperado de semejante afección. Tuvieron que investigar e indagar para saber y confirmar los más terribles temores acerca de mi caso. Poco que hacer, “la pesadilla”, como la llaman, avanzaba minándome y solo podíamos esperar que se detuviera y comenzara a retroceder, mas las posibilidades eran ínfimas, los casos similares y la experiencia clínica, indicaban que no habían muchas esperanzas.

Entonces, comenzó mi gente, las buenas gentes que me rodeaban, a indicar salidas “alternas” que me ayudarían a sanar.

Habiendo recibido yo los mejores deseos de tantas buenas personas preocupadas sinceramente por mi salud, tantos consejos acerca de la fe, de los pensamientos positivos, de que rezara mucho, que pidiera a Dios, a mis seres superiores, que orara; así como también ante las promesas de personas amigas que practican cadenas de oración, y que hacen  y logran sanaciones; habiendo yo sentido en dos o más oportunidades que mi pierna izquierda recibió masajes y otras señales que me hicieron pensar que algo extraordinario de tipo espiritual me estaba llegando; sumándole a ello la sorpresa de los dos médicos (Rodríguez  y Navas,  intensivista y neurólogo respectivamente) al notar la mejoría, a su decir “inusual, extraordinaria, inexplicable, magnífica...” ; me puse a pensar.

Y pensaba... “yo, que nunca he rezado porque no sé rezar, no lo he hecho nunca, no me eduqué en la religión”, no sabía qué  hacer... pensé que algo tendría que inventar; según mis buenos amigos que me estaban ayudando, no importaba a quién le rezara, lo importante era agradecer, dar las gracias por la mejoría que cada día se fue notando más y más.

Eran momentos difíciles, de mucha reflexión, sentía que había uno o varios  círculos  o cadenas orando por mi recuperación y al mismo tiempo no sabía qué  hacer  yo. Agradecer, si; pero ¿cómo? ¿a quién? ¿qué decir? ¿gracias Dios mio y nada más? ¿y toda esa gente bella que me incluía en sus rezos? y que sé, estoy  segura de que lo hicieron, ¿cómo agradecerles? ¿cómo manifestar esa gratitud?

En ese dilema pasaron varios días y noches y  se me ocurrió la idea de hacer, de crear, de inventar una oración y rezarla todos los días con mucha fe. Fe, que era lo que todos me decían: debes tener mucha fe.

Así surgió lo que yo llamé Oración a mi padre y que de verdad rezaba todos los días en la mañanita, cuando despertaba, después de dar gracias a Dios y a todas las personas buenas que se preocupaban por mi, yo invocaba la imagen querida de mi papá, a quien quise mucho, a quien admiré casi con devoción; de quien aprendí mucho de lo que sé; a quien siempre tuve como mi mejor consejero, modelo de humildad, de amor a la familia y a la humanidad; hombre  querido y estimado por cuantos le conocieron, a quien durante su estadía en la prisión en el campo de concentración de Guasina, le fue adjudicado por sus compañeros de prisión, el título de “El Caballero de la Montaña” por su condición de origen campesino, de persona con atributos suficientes para que por unanimidad el resto de los camaradas le legaran ese honor y lo mencionaran con respeto y cariño con ese nombre. Gustavo Villaparedes, “El Caballero de la Montaña”.

La oración dice así:

Gustavo Antonio Villaparedes Delgado.    Papá querido.

Papaíto. Tú que me engendraste por amor, que acompañaste a mi madre durante los nueves meses de la espera para convertirme en vuestra primogénita, y por cuarenta y un años más – hasta que la muerte te arrebató de nosotros – nos acompañaste y nos diste lecciones y ejemplo.

Papá: tú que me recibiste en tus manos a mi llegada a este mundo, no estando preparado a tus veinte años para esos menesteres; me quisiste, me formaste, me protegiste y junto a mi madre formaste una larga familia de siete hijos tratando igualmente de darnos a todos el mismo amor, la misma formación, los mismos cuidados.

Papaíto: nos tocaron tiempos difíciles, no siempre fuiste comprendido y eso te hizo sufrir. Tus luchas y los grandes sacrificios no dieron los frutos deseados, sin embargo, jamás diste muestras de desaliento, de flaqueza, todo lo contrario, tu espíritu se aceraba cada vez más. Fuiste un valiente luchador, ejemplo de juventudes, convencido hasta el día de tu muerte de la justeza de los principios de la doctrina que habías abrazado.

Es por eso que te pido padre querido, que en nombre de esa fortaleza, de esa convicción, de ese amor; que me saques de este trance, ayúdame a nacer de nuevo papá, hazte cuenta de que estoy en el vientre de mamá y necesito de esas manos preciosas y queridas para que por segunda vez me den el jalón que me devuelva a este mundo.

Gracias papá. Amén.

Pasaron once días de incertidumbre y miedo en cuidados intensivos, de espera y de fe. Los doctores medicaban, examinaban, se sorprendían de los avances y de la respuesta de mi organismo ante los ataques de la enfermedad. Los estudios: punciones, resonancias, tomografías, laboratorio, sistemáticos; los medicamentos: neurológicos y cortisona en dosis “para caballo” a decir del médico tratante, agresivos; y mi cuerpo, respondiendo valiente a la lucha entre la enfermedad y la curación.

Mis buenos amigos, orando y enviando sanaciones con su fe; yo, rezando y confiando en la mía. Papá, seguramente, metiendo sus manos sabias en esos masajes misteriosos que no dejé de sentir hasta la recuperación total y, quien sabe, su  voz en un susurro, acompañando aquellas oraciones salvadoras.

Del terrible pronóstico inicial, a la salida definitiva de la clínica, hubo muchas horas de dudas y de tristeza, pero  también mucho tiempo de reflexión, de gratitud y de fe. No salí en silla de ruedas, no salí paralizada; salí caminando, salí fortalecida y confiada de la vida, del amor, de la fe, de papá.

2 comentarios:

  1. Las verdaderas oraciones son las que nacen del corazón, esa oración, hermosa, humilde y sincera fue tu manera de contactar a Dios, que habita en cada uno de nosotros y que se manifiesta de diferentes maneras y a través de diferentes ángeles. Definitivamente, esos días fueron de renacimiento para ti, curiosamente, todo comenzó dos días antes de tu cumpleaños. ¡Madre, bendita seas!

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  2. De acuerdo con Tatiana, querida Yola, las verdaderas oraciones vienen de lo mas auténtico y profundo de uno, también de lo mas positivo, una oración con convicción profunda quien sabe que logre, quien sabe hasta donde llega, que murallas derriba y que fortalezas edifica...

    Pero independientemente del tema que has tratado en este relato tan especial, hay algo más:

    Que lo haces bellamente, que lo haces con gran calidad. Honrando el arte de escribir. Que bien escribes, felicitaciones... Sigue, no dejes de hacerlo.
    Amor.
    Alfonso.

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